En un triste rincón de Madrid…

CIE de Aluche visto desde fuera.

Hace un par de días hablaba marginalmente sobre inmigración. Personalmente, estoy muy sensibilizada con este tema. Vivo entre dos de los rincones más tristes de esta ciudad que tanto quiero, pero que tanto se le llena la boca con decir que somos «la suma de todos«. Siempre me pregunto: exactamente, ¿qué se entiende por «todos«? ¿El subconjunto de los nativos? ¿El subconjunto de la cuasi-casta privilegiada? ¿El subconjunto de quienes comen de la mano del poder político? ¿Quiénes son «todos«?  No sé quiénes serán «todos«, pero desde luego hay un subconjunto que quiere ser restado de esa suma, sufriendo situaciones que pocas personas son concientes de ello.

Cerca de mi barrio, en el barrio de Aluche existe una aberración llamada Centro de Internamiento de Extranjeros (conocidos como CIEs). Los CIEs son lugares de retención de inmigrantes sin papeles que, tras un juicio rápido que asegura su situación irregular, permanecen encerrados en estas dependencias hasta su final expulsión del país. Hasta hace menos de un año, la entrada de ONGs a los CIEs estaba restringida, por lo que la proyección informativa de esta situación era muy escasa en los medios masivos de información. En los CIEs, los inmigrantes encarcelados (y empleo bien el término) sufren situaciones denigrantes: hacinamiento; falta de higiene; escasez de alimentación básica; ausencia de mantas en invierno; falta de atención sanitaria; vegaciones; agresiones, etc. Y tras un máximo de 40 días de encierro (ahora lo han ampliado a 60 días), las autoridades los expulsan con lo puesto (sin maleta, sin dinero, sin nada) a su continente de origen, a veces ni tan siquiera a su país, quedando muchos de ellos a kilómetros de su ciudad originaria. Hay mucho que hablar sobre los CIEs (ya hablaré largo y tendido sobre ello), pero sólo decir que cuando descubrí esta realidad tan cerca de mi casa, cuando se lo contaba a gente conocida, no me creían, decían que exageraba, que eso no podía suceder en un «país civilizado» como España.

Informe CEAR sobre la situación de los Centros de Internamiento de Extranjeros en España (Diciembre de 2009)

Muchas mañanas he pasado también por otro rincón de Madrid, en la zona de Plaza Elíptica. Cuando era pequeña, recuerdo haber desayunado alguna vez con mi abuela en la cafetería Yakarta, un lugar de reunión para los que son de la zona. «Hemos quedado en el Yakarta«, «¿Quedamos en el Yakarta?» suelen ser frases típicas. Ahora, el mítico Yakarta ha añadido a su función de punto de encuentro de amigos y familiares la función de mercado negro de trabajadores. Alguna vez que he estado allí muy temprano, el chaflán del Yakarta estaba impracticable: en su enorme mayoría, hombres de diferentes etnias y procedencias, se ofrecen desesperadamente ante la llegada de una furgoneta con algún nativo para trabajar de cualquier cosa y a cualquier precio. Puedo asegurar que esa estampa es tremendamente triste, y más cuando esas personas acuden día tras día, mañana tras mañana, al Yakarta, y muchos de ellos tienen que volver a su casa al no haber conseguido nada (y con el miedo añadido de redadas policiales para añadir inquilinos a ese campo de concentración llamado CIE).

Una visión de Plaza Elíptica

En estos tiempos, con los brotes xenófobos que se están avivando en Europa, especialmente reciente en Francia con la orden de expulsión de la etnia gitana, me acuerdo de estas realidades que están tan de cerca y a las que las autoridades políticas hacen ascos, miran para otro lado o, simplemente, alimentan más el prejuicio y la discriminación de una manera sutil y demagógicamente correcta. Me río de la suma de todos. Me río de ese orgullo patrio que permite y tolera esta situación contra personas que emprenden un largo y duro camino para poder mejorar su calidad de vida. Mientras, seguiré caminando y paseando por esos rincones de Madrid, con la esperanza ilusa y utópica de que esta situación termine algún día.