Sin aliento. Así he llegado al final del curso y al final de la carrera. Tengo la mala costumbre de necesitar estar siempre ocupada porque sino me aburro, y ahora que todos mis proyectos para este año han terminado, siento cierto vacío, aunque también siento vértigo ante el nuevo proyecto que me acompañará a lo largo de los próximos 7 meses.
Hoy ha sido el día en el que se ha establecido una brecha entre mi pasado y mi futuro. Hoy pagué las tasas para la expedición del título de la carrera, por lo que hoy me he convertido en antigua alumna. He perdido mi identificación de estudiante en SIGMA (el sistema de expedientes de la universidad) y he ganado un papel que acredita que soy licenciada en Psicología. Esto supone una pequeña crisis de identidad, porque la muletilla de «estudiante de…» ha pasado a convertirse en una categoría social distinta. Se me hace raro autodenominarme «psicóloga» tras tantos años siendo estudiante; siento que es una categoría que me queda grande dado que siento que aún me queda mucho por aprender. Sin embargo, el hecho es que hoy ha sido un día de transmutación que implica un paso hacia otra fase de mi vida, y esta nueva fase va a comenzar con una pequeña aventura: mi viaje como voluntaria europea a Polonia.
A dos semanas de mi marcha, me invaden ciertos pensamientos intrusivos del tipo «tenía que haber hecho un máster y haberme dejado de historias«. Sin embargo, y aún a pesar del miedo que siento al ver que el día del viaje se acerca, pienso que ha sido una buena decisión haber optado por realizar un proyecto de voluntariado europeo. Hay ocasiones en las que uno debe decidir a qué dar más prioridad, si hacia el proyecto profesional, o hacia el proyecto personal. Tras 6 años en los que la prioridad ha estado en lo profesional, siento que ha llegado el momento de volcar algunos de mis esfuerzos hacia ese proyecto personal. ¿Para eso es necesario irse a Polonia? Pues hombre, quizás no, pero este proyecto me ofrece la oportunidad para enfrentarme a muchos de los fantasmas que aún me atormentan y contra los que no puedo luchar en mi ciudad al disponer de esos pequeños ángeles que me ayudan cuando estoy en apuros.
En dos semanas estaré en una nueva ciudad, en una nueva cultura, en un nuevo entorno con divisa, idioma, clima y costumbres diferentes a las de mi ciudad de origen; ciudad en la que he vivido y crecido a lo largo de estos 24 años y a la que diré «hasta pronto». Siento miedo, pero es lo que tiene la incertidumbre. Siento tristeza, pero es lo que tiene no poder llevarme miniaturas de las personas a las que quiero. Tengo esperanza, por saber que esta experiencia merecerá la pena desde el mismo instante en que pase el control de seguridad del aeropuerto de Barajas y me despida de mi familia y mi novio. En Polonia me esperan nuevas experiencias, nuevos amigos, nuevas rutinas en una ciudad de 300.000 habitantes y en un centro de recepción de refugiados y buscadores de asilo que más que buscar un proyecto personal lo que buscan es su supervivencia ante las dinámicas grotescas de la violencia política. Me siento una privilegiada al poder permitirme el lujo de realizar este ejercicio de reflexión personal. Creo que aprenderé mucho al sumergirme en un colectivo que no tiene espacio para la reflexión personal porque ese espacio está desbordado por la tarea de buscar y encontrar formas de sobrevivir a las consecuencias de los conflictos armados.
Hoy ha sido el dia en que pasé de ser «estudiante» a «licenciada». Hoy ha sido el día en que pasé de dar prioridad a lo profesional para dársela a lo personal. Hoy ha sido el día en que sustituyo mi cómoda vida de estudiante por un nuevo proyecto que probablemente me genere crisis personales, pero que también me permitirá crear nuevos espacios de reflexión y aprendizaje. Hoy ha sido, sencillamente, un punto de inflexión.